Recuérdale a ese ciervo que lo sientes,
que la bala que lo atraviesa no es la tuya.
Esconde la escopeta,
límpiate las manos,
arrodíllate,
llora.
Quizás así te crea,
te perdone.
Dile que es por su bien
es tu naturaleza.
Pero sigues,
sigues,
sigues,
dejando muertos a tu paso
llenando acequias de llanto.
Hasta que llegue tu día
y entonces el ciervo no llore,
y seas tú quien muere en tu bosque.
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