Hoy ya no estoy dispuesta a que me rompan la cara,
ni a esconder mis alas,
otra vez.
En mis ojos todavía se ve el incendio de todo lo que ya no tengo.
Y no me queda
nada.
Y sin nada, no puedo saltar a tu abismo
que no tiene agua.
Que me sigue dando miedo escuchar la tormenta,
el olor a tierra mojada,
porque después de ahogarme en su miseria se me helaron todos los huesos.
Se me congelaron las manos y todavía no puedo agarrar tus dedos,
no puedo besarte si aún no soy capaz de abrir la boca,
si cada vez que me rozas siento que vas a morir envenenada en todas las espinas que todavía me atraviesan el pecho.
La fragilidad que da el miedo me hace querer huir cada vez que algo se complica,
cada vez que sus fantasmas vuelven a morderme el cuello,
cada vez que el dolor me recuerda que estoy muerta.
Que me maté una y otra vez
hasta que dejé de escucharlo.
Y puede que lo haga,
puede que agote el cargador en mi sien antes de escribirlo,
puede que me mienta tanto que llegue a creérmelo,
puede que haga que te vayas,
que te eche,
que me odies,
que no quieras volver a escuchar mi nombre.
Puede que nunca pueda cumplir lo que te prometo,
que no sea lo que esperas,
que no quieras toda esta sombra en tu jardín.
Puede que antes de escribirlo
me ate las manos,
que pierda la conciencia.
Puede que me cosa los labios,
o me corte la lengua
antes de decirlo.
Puede que no quiera hacerlo,
que esté intentando cambiarlo antes de que te des cuenta.
Puede que esté evitando otro cataclismo,
que intente salvarte la vida.
Puede que no te merezcas mi caos.
Puede que lo esté haciendo.
Puede.
Y solo puede.
Que te esté
empezando
a
querer.
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